¿YO AUTOSUFICIENTE? PERO, POR FAVOR
30.4.19¿Por qué existes? Esta pregunta salía de la boca de un profesor en una de mis clases en el seminario. Las respuestas surgieron conforme el profesor llamaba por nombre a algunos alumnos y, como un coral muy bien ensayado en un canon continuo, lo que se oyó fue: “para gloria de Dios”. Yo misma repetía estas palabras y en el momento exacto en que la última sílaba fue dicha, percibí que ellas sonaron automáticas, frías y sin sentido, a pesar de anunciar una verdad. Desde entonces he pensado en eso.
¿Por qué creó Dios al hombre?
En Génesis 1.27, 28 leemos: “Creó Dios, pues, el hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y Dios los bendijo y les dijo: Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla”
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En Isaías 45.18: “Porque así dice el Señor, que creó los cielos, el Dios que formó la tierra, la que la hizo y la estableció; que no la creó para ser un caos, sino para ser habitada: Yo soy el SEÑOR, y no hay otro”
Y en Efesios 1.11, 12: “En él, digo, en el cual fuimos también hechos herencia, predestinados según el propósito de aquel que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad, a fin de ser para alabanza de su gloria, nosotros, los que de antemano esperamos en Cristo”
Todo lo que Dios hizo fue para su propia gloria, su deseo era ver la tierra completamente habitada por puntos brillantes, reflejos de su propia imagen, para la alabanza de sí mismo.
Sin embargo, la imagen y semejanza de Dios, creada en perfección, fue corrompida por la libertad indebidamente ejercida en Adán, que eligió desobedecer y, a través de él, imputó la esclavitud del pecado a toda la humanidad por su representatividad.
En el momento de la caída, el corazón humano floreció en su orgullo. Al querer ser igual a Dios, el pecado corrompió la esencia de la naturaleza humana y el orgullo pasó a estar arraigado en ella de manera peligrosa e intensa, convirtiéndose en el núcleo de toda ofensa. La criatura miró con desdén a su Creador y eligió caminar según su propio consejo, sin comprender, en su ignorancia, que es
imposible vivir desprovisto de la presencia de Dios.
Incluso el corazón más endurecido vive por la gracia de Dios, pues estar excluido de ésta implica en inexistencia. Al morder el fruto prohibido, silenciosas palabras sonaron: “Dios, yo no confío en Ti. Yo sé lo que es mejor, sé lo que me hace feliz, de mi manera es mejor. No creo que seas lo suficientemente bueno”.
Autosuficiencia. De manera sutil y persuasiva, el pecado introdujo en el hombre la falsa concepción de independencia. El propósito de la existencia humana fue manchado por la presencia de la ofensa. ¿Cómo puede una esencia corrompida reflejar el carácter de un Dios santo, tan puro de ojos que no puede contemplar el mal?
Imagínese un Padre amoroso, que se levanta muy temprano en una mañana fría para llevar a su hijo a la escuela. Prepara el desayuno, le despierta cariñosamente y provee todo el cuidado necesario. A la hora de salir, ambos se colocan frente al carro, el hijo mira fijamente al padre y, usando palabras que contienen cierta emoción, dice: “Puedes dejar que yo manejo, puedes quedarte en casa!”. “¿Cómo así?” – responde el padre – “no sabes el camino y, ni siquiera poner en primera...”. Pero el niño no está muy interesado en las palabras de su Padre. “Déjame, sé lo que estoy haciendo...”. No parece ni siquiera una hipótesis real que un niño pueda conducir un auto, pero es exactamente lo que tú y yo hacemos. Desde Adán, nuestra actitud ha sido entrar en el auto, solos, y nos entorpecemos con marchas, pedales y caminos a tomar. Olvidamos que quien nos provee todo, incluso el auto que intentamos conducir, es Dios.
Me tomó tiempo para nombrar ese pecado en mi vida. Crecí en la iglesia oyendo sobre depender de Dios y mi mente aprendió a formular discursos muy bonitos sobre eso. Yo hablaba e incluso escribía sobre vida con Dios, confiaba tanto en mi propia fe que me olvidaba de quién de hecho dependía. Es curioso mirar hacia atrás y ver cómo Dios viene trabajando. Por muchos años, Él simplemente entregó la llave del auto en mis manos... Yo me consideraba suficientemente buena, suficientemente capaz [1 Corintios 8.2], hacía todo en la iglesia, me envolvía con todos y, de hecho, yo era muy sincera en mi deseo de servir. Incluso en mi vida personal, siempre tuve que correr detrás de las cosas que yo quería, de lo que creía ser mejor para mí y eso generó en mí cierto censo de independencia. Mi error fue no estar atenta a la línea peligrosa que yo estaba trillando de activismo y autosuficiencia.
En lo más íntimo de mi corazón, creo que dependencia en Dios me daba una falsa impresión de debilidad.
Me apoyé en mi propio conocimiento sin al menos tener una visión de que todo lo que había en mí y todo lo que había conquistado venía de Dios; y que el orgullo de mi corazón me hacía ineficiente para una vida legítima ante Él. Hasta que un día, en una primera marcha mal enganchada seguida por una acelerada impulsiva, choque el auto. Hice todo lo que podía hacer apoyada en mis propias fuerzas para alcanzar los objetivos que, sola, yo había establecido para mí. Pero no los alcancé... Fue cuando, por primera vez, me di cuenta de que el control no era mío. Siempre he escuchado al respecto, pero por primera vez lo viví. Y en ese momento, mi propia fe, de la cual yo tanto me enorgullecía, vaciló. [“La soberbia precede la ruina, y la altivez del espíritu, la caída.” Proverbios 16.18]. La mayoría de las veces, nuestra naturaleza sólo nos permite aprender una lección cuando es vivida por el dolor. Y me di cuenta de que yo no tenía el control de mi vida, me di cuenta de que lo que yo consideraba importante no era lo que Dios tenía para mí, dolía ver que yo no podía sola, la fe era frágil.
Dolió.
Allí comenzó un proceso en la búsqueda de restablecer mi corazón en una confianza plena en Dios. No es que ya haya aprendido la lección completa, pero un corazón más consciente de su propia condición ha sido forjado.
Un corazón más débil e insuficiente...
Volviendo a la pregunta inicial, mi respuesta sigue siendo la misma: ¡existo para la gloria de Dios! Pero hoy estas palabras han tomado vida en mi mente.
Le damos gloria a Dios cuando su imagen es moldeada en nosotros y la materia prima para esa obra es un corazón débil e insuficiente, que encuentra en Dios la fuerza y la suficiencia.
La Biblia nos compara a los vasos de barro porque son frágiles, guardando el gran tesoro del conocimiento de Cristo [2 Corintios 4.6, 7], eso es lo que somos, inmerecidamente contemplados con la gracia de Dios. Con una concepción correcta y sincera de nuestra miserable posición frente a la grandeza del Señor, tenemos que entregarnos a Él para que seamos transformados por Su Espíritu en la obra de santificación [Santiago 4.6; 2 Corintios 3.18], es a través de la santidad que damos la respuesta humana a la vocación a la que Dios nos llamó [Efesios 4]. Todo lo que somos viene del Señor y eso necesita estar siempre muy presente en nuestras mentes: “No que, por nosotros mismos, seamos capaces de pensar algo, como si viniera de nosotros; por el contrario, nuestra suficiencia viene de Dios” [2 Corintios 3.5];
“...porque sin mí nada podéis hacer” [Juan 15.5].
A pesar de que, en muchos momentos, todavía tengo que luchar contra mi tendencia a la autosuficiencia, he encontrado la belleza de entregarme a la dirección y control del Señor. La dependencia de Dios, por más paradójico que parezca a mis fallas humanas, es un lugar seguro.
Es como un niño que sale de la casa de la mano con su padre, entra y se sienta en el asiento detrás del auto...
Al sentir el motor sonar suavemente, reclina la cabeza y cae en un sueño profundo, pues confía en la dirección de su Padre y sabe que él conoce muy bien el camino.
“Confía en el Señor de todo su corazón y no se apoye en su propio entendimiento” (Proverbios 3.5)
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Texto original en portugués del blog Conselhos Para Meninas, traducido y editado con permiso por el equipo del blog Chicas en la Verdad.
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