MI HISTORIA PROHIBIDA
2.7.19Fui despertada muy temprano en mi sexualidad, creo que con siete u ocho años de edad. No entendía mucho, pero las escenas de beso en las novelas me fascinaban y provocaban una reacción extraña en mi cuerpo, que era buena. Quería tener la misma sensación más veces y entonces sugerí a las amigas que jugaban conmigo que imitáramos las parejas de las novelas. Diciendo que era broma, ellas acabaron cediendo a algunas caricias; y yo siempre quería más. Ellas se asustaron y me amenazaron; entonces lo deje. Pero las memorias se quedaron y la curiosidad también. Siempre que había oportunidad de ver escenas más provocativas en la televisión, allí estaba yo. Hojear una revista adolescente en busca de artículos sobre “la primera vez” era un momento planeado con ansiedad.
Sé que eso suena ridículo hoy en día, cuando en un click podemos acceder a un universo de fotos, vídeos y textos de contenido erótico, bajo la ilusión de que nadie jamás lo descubrirá. Pero fui niña y adolescente antes de que la computadora fuera “personal”; y los smartphones entonces... ni necesito explicarlo todo.
A los trece años de edad yo ya recibí informaciones suficientes para construir mi mundo de fantasías. Y allá yo me escondía con frecuencia para mis encuentros con muchachos y chicas. Ni necesito decir que la masturbación hacía parte del paquete. Era en este mundito que yo me olvidaba de la crisis con la apariencia, de la balanza y la timidez que me paralizaban para cualquier expectativa de relaciones en un mundo real.
LEE EL POST COMPLETO
Así el sentimiento de culpa siempre me acompaño, en la fantasía y en el mundo real. Luego que comencé a tener curiosidad sobre el sexo, descubrí los libros cristianos que mis padres compraron a fin de instruir a mi hermano mayor en el asunto. A escondidas, yo los leí todos. Es evidente que no tenia curiosidad sobre lo que Dios dice respecto al sexo, pero fue exactamente lo que encontré allá: el sexo fue hecho para el matrimonio y es legitimo solamente cuando sucede entre un hombre y una mujer. Cualquier práctica que sea contraria a esos principios fundamentales... “pecado”.
Así, no fue muy difícil saber que yo estaba burlando las reglas cuando fantaseaba y me masturbaba. Pero parar no era una opción para mí.
A los quince años me convertí y la noción que yo ya traía sobre el pecado, parece que aumentó en un millón de veces más. Entonces tuve mi propia crisis de fe: aquella experiencia que me marco tanto, que yo pasé a llamar de “día de conversión”, ¿era mentira? En fin, si era verdad, yo habría abandonado “aquellos pecados” tan terribles. Pero al pensar en Jesús y en lo que él hacía, yo no tenía dudas. ¿Qué necesitaba cambiar entonces?
La respuesta es obvia: yo necesitaba de santificación.
Entendía ese concepto como una especie de ritual de purificación, cuyos elementos eran lectura bíblica y oración. Casi la “poción mágica” que apartaría de una vez la lascivia que insistentemente me rodeaba. Ya te puedes imaginar que no funciono muy bien así. Puedo resumir los años siguientes en repeticiones del ciclo del pecado sin fin – culpa – confrontación de la Palabra – arrepentimiento – compromisos de cambio – enfriarse – pecado.
Durante los años de la facultad, viviendo sola y llena de nuevas amistades, fui descubriendo combustibles más potentes para proporcionarme placer. La pornografía fue uno de ellos. La diversidad de contenido era fascinante y yo no rechazaba ninguno, pero a mi me interesaban de forma especial los textos eróticos: romances, artículos, consejos de revistas femeninas y los cuentos breves. Gastaba horas de mis días leyendo eso y actualizando mi archivo de memorias. No tenía coraje de contarle a alguien lo que estaba pasando. Las personas pensaban que solo los muchachos tienen esos problemas y ¿como yo, una chica cristiana, bien involucrada en la iglesia, admitiría que tenía problemas con pornografía y masturbación? Cierta vez, una amiga mucho mayor que yo y casada me dio abertura para hablar. Le conté sobre la culpa que sentía y ella me consoló con la esperanza de cambio que el evangelio nos ofrece. Pero eso no funciono. En mi inmadurez, sonaba como algo simple, que me permitía pecar y pecar y después pedir perdón.
Cuando comencé a trabajar no fue diferente; siempre encontraba un espacio y huía para mi mundito de la diversión. Enseguida compre mi primera computadora y ahí ya no tenía más vuelta. El miedo de la culpa no me impedía más; el miedo de ser descubierta era fácilmente vencido y el temor a Dios era sofocado por un deseo incontrolable y no me permitía pensar en otra cosa. En el mismo periodo, un esfuerzo extra me ayudo a perder peso y por primera vez sentí lo que es ser rodeada por buenos partidos. El “encanto femenino” que llenaba la mente de una mujer segura de su valor personal, penetro en mi corazón carente como una suave melodía. Así fue que me envolví con un colega de trabajo casado y le entregue mi virginidad. Después de algún tiempo, deprimida y con miedo de lo que todavía podría suceder, cambie de empleo, de dirección y estaba decidida a cambiar también de vida. Los cambios interrumpieron aquella relación, pero no me trajeron la vida nueva que yo esperaba. Las memorias eran las mismas, el deseo había aumentado de intensidad y mi plan de escape era volver al placer solitario.
Me envolví más en la iglesia esperando encontrar distracción en las tareas. No funciono. La frecuencia de mis prácticas disminuyeron por un tiempo más, pero en la primera caída, las frustración y la rabia traían de vuelta todo lo que quedo oculto en el mundo secreto de mis pensamientos. Así fue, hasta despertar en mí la voluntad de servir a Dios en un ministerio de tiempo integral en la iglesia. ¿Cómo eso era posible? Con tantas personas “correctas” que Dios puede llamar para su obra, ¿cómo él podría escogerme a mí, sucia e indigna como siempre fui? Él sabía todo, y conocía como yo no conseguiría cambiar ¿Le serviría yo así? Entonces el Señor siempre paciente y misericordioso; me ayudo a percibir que cualquier persona llamada sería indigna delante de Él. y el miedo pasó y la decisión fue tomada. Próximo paso: prepararme en un seminario. Y allá ciertamente, “yo me libraría” del pasado y de los pecados sucios.
Nuevamente fui engañada, por lo menos en aquello que pensaba al respecto de mí misma y en mi concepto de libertad y los métodos que Dios usaría para eso. Yo creía que los seminaristas eran una especie de “castos y puros”, que no sufrían con tentaciones de la carne. No tarde mucho tiempo para darme cuenta que la teoría estaba equivocada. Además de eso, el resguardo en el seminario no era tan seguro como yo imaginaba, podía tener un mundito secreto allá también. Con todo eso, mes tras mes fui notando mi “soledad” siendo invadida. Primero por la vergüenza, diferente de la culpa que sentía antes. ¿Como, delante de un Dios tan santo y bueno según lo que estaba conociendo, yo podría contaminar mi cuerpo y mi mente con la porquería de deseos tan pervertidos? “Por lo tanto, no permitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo mortal, ni obedezcan a sus malos deseos. No ofrezcan los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de injusticia; al contrario, ofrézcanse más bien a Dios como quienes han vuelto de la muerte a la vida, presentando los miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia” (Romanos 6.12-13).
Lo segundo que me confrontó, fue tener una noción del juicio sobre lo que yo habitualmente hacia...“Por tanto, hagan morir todo lo que es propio de la naturaleza terrenal: inmoralidad sexual, impureza, bajas pasiones, malos deseos y avaricia, la cual es idolatría. Por estas cosas viene el castigo de Dios” (Colosenses 3.5-6).
Y finalmente, vi varias chicas que tenían historias tan “feas” cuanto la mía y estaban con esperanzas de alcanzar gracia para un futuro diferente y dispuestas a hablar sobre eso. Ah, entonces descubrí que la batalla contra la pornografía y la masturbación no era exclusivamente masculino; hay muchas de nosotras enfrentando un gran combate.
Lo que sucedió en los próximos años fue como un proceso de desintoxicación, o mejor, de “quitar ídolos”. Mi mundo de fantasías se había vuelto mi ídolo funcional, aquello a lo que yo recorría cuando me sentía cansada, aburrida, frustrada, preocupada y más una docena de “adas”.
A medida que estudiaba la Palabra de Dios fui notando todas las mentiras que sustentaban mi pecado y era alentada a romper con cada uno de ellos. También, viví días seguidos de “sobriedad” en la práctica del pecado y una paz en mi mente que hasta el momento yo desconocía. Lo que yo llamaba de “ritual de santificación” se volvió un proceso natural para poder conocer a Dios, amarlo más y desear ser más fiel a Él antes que a mi misma.
Infelizmente, ese año “no fue el final feliz” de la historia. No me volví insensible al deseo, como muchas veces pedí en oración. Mucho menos fui capaz de ignorar las tentaciones como si no tuviesen ningún poder sobre mi. Las victorias que tuve no fueron definitivas.
Pero yo aprendí que puedo luchar y que en la lucha glorifico a Dios, aunque algunas veces yo sea derrotada.
También no puedo decir que “estoy limpia hace X años”, ni semanas, tal vez. Pero aprendí que ser tentada no es pecado y que, incluso cuando peco, no soy más esclava de la lascivia para continuar sujetándome a ella. Aprendí a ser más cuidadosa con el uso de mi tiempo libre, con el contenido que alimenta mi mente, con la decisión de los amigos a quienes exponía mi intimidad. Decidí usar herramientas que posibilitaban a otras personas acompañar el uso que hago de mis dispositivos electrónicos y tener una rendición de cuentas sobre mi rutina. Desistí de las expectativas muy altas sobre mí, y encare que soy vulnerable; muy, muy propensa al pecado. Estas palabras de Pablo me ayudan diariamente a tener el enfoque de mi servicio al Señor y a su iglesia...
“Doy gracias al que me fortalece, Cristo Jesús nuestro Señor, pues me consideró digno de confianza al ponerme a su servicio. Anteriormente, yo era un blasfemo, un perseguidor y un insolente; pero Dios tuvo misericordia de mí porque yo era un incrédulo y actuaba con ignorancia. Pero la gracia de nuestro Señor se derramó sobre mí con abundancia, junto con la fe y el amor que hay en Cristo Jesús. Este mensaje es digno de crédito y merece ser aceptado por todos: que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero precisamente por eso Dios fue misericordioso conmigo, a fin de que en mí, el peor de los pecadores, pudiera Cristo Jesús mostrar su infinita bondad. Así llego a servir de ejemplo para los que, creyendo en él, recibirán la vida eterna. Por tanto, al Rey eterno, inmortal, invisible, al único Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Timoteo 1.12-17)
¿Por qué decidí contar mi historia prohibida? Porque hoy sé que hay muchas chicas en busca de esperanza para sus historias prohibidas. Ya intentaron mil caminos y parece que siempre vuelven al mismo lugar. No espere fórmulas mágicas, caminos fáciles, soluciones inmediatas y definitivas. Eso solo el Cielo puede traer. Encare la vergüenza, saque sus máscaras y reinicie la caminata. Sufra el daño, entregue sus placeres pasajeros de la auto gratificación y de la ilusión de que para ser feliz vale todo, hasta pecar. No vale. Si tú estás comenzando a cavar en el túnel oscuro de los pecados sexuales, detente ahora. Sal, límpiate y camina en la luz. Si estás cavando ya hace un tiempo, no te ilusiones de que encontraras “el tesoro de la satisfacción” Esa mina no tiene oro, solo basura! Y tú comerás cada vez más basura para tener energías y continuar cavando, en un trabajo sin fin.
Finalmente, nunca pienses que un estímulo es demasiado débil para enredarnos y controlarnos. ¿Recuerdas las “fascinantes escenas de besos en las novelas”? Yo puedo asegurarte que eran bien menos interesantes que las que eran mostradas en el horario de las seis. Cualquier indicio de algo así es suficiente para alcanzar el incremento del pecado abrigado en tu corazón. Por eso, ¡huye! Protégete. Si ya sientes olor de humo, pide ayuda! No acumules capítulos de vergüenza que servirán apenas para llevarte a la censura de tu historia. Y no te olvides: la gracia de Dios te da todo lo que necesitas para luchar y vencer todos los días!
“En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2.11-13)
________________
Texto original en portugués del blog Conselhos Para Meninas, traducido y editado con permiso por el equipo del blog Chicas en la Verdad.
0 comentários